Por fin, tras unos cuantos años de espera, el pasado viernes 5 de octubre, ¡me doctoré! Podía haberlo hecho mucho antes, porque la tesis la tenía escrita pero, entre viajes de investigación, los trámites que se tienen que hacer en la eficiente* burocracia española y la llegada del verano, la lectura se aplazó hasta el mes de octubre.
Iba nervioso como pocas veces y, a causa de esto, la presentación no la hice como yo quería hacerla. Perfeccionista que es uno, oigan. Pero todo salió bien. Es especialmente difícil explicar tu trabajo de cuatro o cinco años en 30 minutos. Muy difícil. Una vez presentada, tocó el turno a los miembros del Tribunal: debían señalar qué les pareció mi tesis. Y, bueno, yo aquí perdí la noción del tiempo: se emplearon a fondo. Una de las cosas que me sorprendió —incluso lo reconoció el presidente del Tribunal— es la minuciosidad con la que se habían leído mi tesis.
Cualquiera que esté en el mundillo académico, y sin ánimo de generalizar, sabe que… se dan casos de que ni siquiera se la leen. Bien, pues a mí, me hicieron múltiples anotaciones, indicaciones de página y comentarios que mostraban que, no sólo se la habían leído, sino que su interés era muy alto. Vaya por delante que las objeciones, críticas y peros fueron múltiples y constantes, pero siempre en tono constructivo. Síntoma de que había mucho interés. Además, siempre, hacían hincapié en que mi tesis estaba muy por encima de la media con respecto a las que «habían leído en los últimos años» y que el objeto de estudio era (casi) inédito, muy ambicioso y difícil de estudiar. Yo, en palabras de un catedrático, «le había hincado el diente, bien hincado». Aunque pueda parecer tonto, todas esas críticas y objecciones a mi me sirven muchísimo, tanto para mejorar mi trabajo como para saber que ciertas personas me han leído.
¿El resultado? Sobresaliente Cum Laude por unanimidad y tres paellas, con su vinito correspondiente, en Casa de Valencia para celebrarlo. Luego, cenita con amigos. Y sábado y domingo más de lo mismo. Además, me hizo especial ilusión, el «homenaje» que mis amigos Javi y Raquel me dieron el domingo por la mañana: pidieron las llaves de mi casa a mi familia en secreto, se curraron una cesta llena de cosas para desayunar —no faltaba detalle, hasta zumo recién exprimido había— y, dejándolo en el rellano de mi puerta, se marcharon y, a la que se iban, tocaron el telefonillo. Todo esto a las nueve de la mañana, levantándonos de la cama y… sin saber quién carajo había puesto la cesta allí con sus correspondientes globos. Se marchaban riéndose y sin querer subir. Lo dicho, un gran homenaje.
Pero… el fin de semana no acababa ahí: el lunes, a las 8 de la mañana, conseguía que me despidieran de la empresa. En los últimos meses, trataba de llevar a cabo varios proyectos. Uno de ellos, muy relacionado con los Social Media. Es una situación rarísima la mía: sigo pensando que me han echado por hacer las cosas bien. Quizás, demasiado bien para lo que algunos podrían soportar. Demasiado bien en demasiado poco tiempo. Son muchísimos los que a día de hoy me preguntan: intento evitar detalles porque… de verdad que es feo. Se mezcla mediocridad, envidia y maldad y… uf, prefiero no pensarlo porque… no es lo mismo saber que hay malas personas en el mundo que vivirlo en primera persona. Eso sí, no puedo dejar de mencionar lo que me ha impresionado (supongo que será una lección vital) cómo gente buena, sin maldad ninguna, permite ciertos comportamientos o situaciones sólo… por miedo. Definitivamente, Burke tenía razón: para que triunfe el mal, sólo es necesario que los buenos no hagan nada. He visto envidia en ojos de ciertas personas, de ese tipo en el que el envidioso ve en el otro algo que nunca podrá tener. Me ha hecho aprender mucho y darme cuenta de todo lo que puedo hacer.
Salvando muchísimo las distancias, pues no les llego a la suela de los zapatos, siempre que intento explicar qué ha pasado, me viene a la cabeza este post de Miguel del Fresno (punto 2, líneas 10-14) y esta entrevista a Gumersindo Lafuente (respuesta a la pregunta 10), pero aplicado al mundo de la televisión. No lo digo para que no piensen que soy un chiflado o un vanidoso. Pero, es la verdad. Y yo la sabía.
Además, resulta curioso pero… me siento más fuerte que nunca: sé lo que quiero hacer y… lo voy a hacer. Siempre tengo planes y proyectos entre las manos y fue curioso, cómo, al llegar el lunes a casa, me puse, con toda la tranquilidad del mundo, a seguir desarrollándolos. Siempre dije que tenía dos gorros, el profesional y el académico. Ahora toca seguir con la hoja de ruta, la que tenía en la cabeza y la que sé que, aunque se caigan proyectos, debo hacer. Y también sé que los proyectos nunca se caen, avanzan, retroceden, avanzan, retroceden hasta que son lo suficientemente maduros—este lo era— y caen en las manos apropiadas para desarrollarlo con éxito.
Lo último a comentar es… la enorme cantidad de llamadas, mensajes privados por redes sociales o Whatsapp que he recibido en los últimos días. Para mí, que me tengo por un chiquito de lo más normal, me ha impresionado. Ahora toca tranquilidad para tomar decisiones y en esto estamos: disfrutando de un día entero con amigos, en casita, sin hacer nada pero haciendo todo. Es gracioso cómo, para sentir el calor de tus verdaderos amigos, no hacen falta muchas palabras.
Eres un fenómeno y un ejemplo, te lo digo desde el corazón.
Gracias, Juan. Tú sí que eres un killer. A ver si engañamos a Javi y nos tomamos una caña. Un abrazo.
Gracias, por la mención 🙂