noviembre 2010
Citas XXII
El formato de ficción televisiva
Para Albert Moran y Justin Malbon, un formato “se entiende de una manera ligeramente diferente en la televisión, en el sentido de que se reúne el esquema del programa, de forma sistemática y conscientemente, para facilitar la adaptación licenciada del programa en el futuro. De forma algo confusa, el término también se utiliza genéricamente para referirse a la biblia o al tratamiento del programa” (Moran y Malbon, 2006: 7).
La idea en que se basan tendría que ser muy original para ser protegible o, como señala el Libro Blanco del Audiovisual, “lo que importa del formato son aquellas características que diferencian ese programa de otros del mismo estilo y lo que se protege es el desarrollo posterior de esa idea” (Écija, 2000: 47).
En lo que se refiere al formato de ficción, las palabras de Gloria Saló son ejemplares: “hay una clara diferencia entre el formato de entretenimiento y el de ficción. Mientras que aquel se basa más en los diferentes conceptos que integran el contenido y desarrollo de cada uno de los diferentes programas, en ficción el formato viene definido por la estructura técnica de cada producto” (Saló, 2003: 173). En este sentido, en lo que a ficción se refiere, la protección de una idea es demasiado débil jurídicamente para que exista protección por lo que se suele acudir a la biblia de una serie.
BIBLIOGRAFÍA
Écija Bernal, Hugo, dir. (2000) Libro blanco del audiovisual: cómo producir, distribuir y financiar una obra audiovisual. Madrid: Exportfilm
Moran, Albert; Malbon, Justin (2006) Understanding the Global TV Format. Bristol: Intellect Books
Saló, Gloria (2003) ¿Qué es eso del formato? Cómo nace y se desarrolla un programa de televisión. Barcelona: Gedisa
El producto televisivo como bien incertidumbre
Si se denomina prototipo al producto televisivo, hay que añadir que cada proyecto supone una gran incertidumbre y un extraordinario riesgo para la empresa productora por el carácter tan dinámico de la producción televisiva, que hace que el producto sólo pueda tener valor tras la ejecución de la producción y éste, además, sea muy difícil de valorar inclusive en ese momento.
En este sentido, José Manuel Sáiz Álvarez define el producto audiovisual como un bien incertidumbre debido a que no es posible anticipar ni la reacción del público ni el éxito del producto al influir en él variables exógenas totalmente impredecibles. Como bien señala, “la existencia en el reparto de actores/actrices conocidos/as no es una garantía de éxito ex post aunque lo facilita ex ante, lo que también se aplica a los directores” (Sáiz, 2004: 67).
De este modo, las propias características del producto generan una serie de problemas naturales para la industria cultural de la televisión que suponen “una serie de rasgos permanentes para la economía y la gestión práctica de una empresa de televisión comercial” (Bustamante, 1999: 73-76). Las principales causas que explican los principales problemas y las fuertes barreras de entrada en la producción de cualquier producto televisivo son (Sáiz, 2004: 67):
I. La necesidad de personal especializado y las técnicas de alto coste, que hacen aumentar los riesgos del proyecto y, de este modo, disminuir el número de empresas capaces de afrontar proyectos de estas características.
II. La exigencia de grandes capitales financieros para la puesta en marcha de cualquier proyecto.
III. La regularidad de la concentración financiera en el sector audiovisual.
IV. La gran importancia de la publicidad y el patrocinio.
Todas estas causas explican también la realidad actual en las producciones televisivas de ficción, donde el riesgo de ejecución es todavía mayor y donde existen más posibilidades que no se cumpla el plan de producción, que determina el presupuesto del propio proyecto. Es más fácil que dicho plan no se cumpla en la ficción que en cualquier otro producto televisivo puesto que suponen una mayor acción interpretativa y técnica, es decir, puesto que interviene más el factor humano que en cualquier otro producto de similar índole.
BIBLIOGRAFÍA
Bustamante, Enrique (1999) La televisión económica: financiación, estrategias y mercados. Barcelona: Gedisa
Sáiz Álvarez, José Manuel (2004) Economía audiovisual. Claves para la venta y distribución de una película. Buenos aires: Libros en Red
‘Los negros de la televisión local española’, por Fernando Fuente-Alba
Con este post, fruto de la investigación de mi amigo Fernando, inauguro una sección de la que tenía muchas ganas: la de colaboraciones. Espero que sea la primera piedra de muchas y dé pie llevar a cabo proyectos conjuntos en el futuro.
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Fernando Fuente-Alba Cariola es periodista y profesor de la Escuela de Periodismo de la Universidad Católica de la Santísima Concepción de Chile (UCSC). Además, es Máster en Tecnologías y Mercados Audiovisuales por la Universidad Internacional de Andalucía y doctorando en Comunicación Audiovisual y Publicidad por la Universidad Complutense de Madrid. Especialista en Televisión local y TDT. Actualmente dirige el Centro de Producción Audiovisual Universitario (CPA), en la ciudad de Concepción, desde donde escribe y se vincula con el mundo a través de su trabajo como realizador audiovisual.
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El hecho que la Ley que regula la televisión local en España apareciera 15 años más tarde que el primer canal de esa naturaleza no es ninguna casualidad, sólo es el resultado de todo un procedimiento de ensayo y error que ha caracterizado al gobierno español a la hora de querer encausar el desarrollo de la televisión local en España, fenómeno que también se repetiría en gran parte de Europa en una suerte de divorcio permanente entre gobierno y televisión local.
Por lo general, la televisión local surge del grito de un pueblo que clama por una televisión más representativa y que busca reforzar la identidad de su localidad. Comunidad que muchas veces es marginada del ámbito de la información de las televisoras de cobertura nacional, por lo tanto no es novedad que las primeras televisiones de esta naturaleza hayan surgido en comunidades emblemáticas que se caracterizan por su fuerte identidad local como Cataluña y Andalucía, zonas que hasta el día de hoy destacan por ser las más potentes en esta clase de emisoras.
En el desarrollo de la televisión local la clásica TVE tuvo mucho que ver. El sistema de difusión estuvo muchos años monopolizado por la única televisión del país e incluso post dictadura franquista la principal estación española seguía funcionando como una camarilla de amigos de las distintas opciones políticas y sindicales (López Cantos.2005). No es de extrañar entonces que en los últimos años de la década del setenta, se comenzara a cuestionar el modelo televisivo y nuevas formas de comunicación televisiva idealizaran un sistema audiovisual mucho más libre, donde las libertades de los ciudadanos fuesen evidentes. Pero el camino no era fácil, TVE no sólo monopolizaba el espectro radioeléctrico mediante la distribución de la señal, también tenía un importante monopolio económico de las tecnologías audiovisuales en España, por lo que era casi imposible el que iniciativas televisivas particulares llegaran a buen puerto en materia comercial.
Durante los primeros años de los setenta se vio un esfuerzo de TVE por diversificar su territorialidad creando una suerte de delegaciones en ciudades importantes como Sevilla, Barcelona, Bilbao o Valencia. Sin embargo, dichas estaciones seguían dependiendo programática y jerárquicamente del “comando central” ubicado en Madrid. Ello, a pesar que vecinos europeos como Bélgica y el Reino Unido ya habían dado señales con estaciones de cobertura regional, ligadas a las estaciones centrales por una subvención económica que permitió su desarrollo.
A la valla de TVE, se sumaba otro obstáculo no menos importante de sortear por quienes quisiesen cambiar el monopólico sistema de televisión: el financiamiento. El coste de los equipos técnicos y humanos que involucraba el acceso a una señal hertziana alejaban las aspiraciones de comunidades que buscaban una independencia televisiva, pues en esos años el satélite y el cable eran vínculos impensados para los primeros canales locales. Sin embargo, a falta de recursos el ingenio de un grupo de pioneros televisivos inspirados en el lenguaje radial sirvió para sortear obstáculos. Especialmente gracias al surgimiento del movimiento denominado “radios libres”, que nace en España a finales de la década de los setenta y que heredaría su fuerza al movimiento televisivo local.
De ingenio, de creatividad y de mucho esfuerzo, habla este estudio, pero también de muchos desafíos. Ya han pasado casi treinta años desde que el primer canal local apareciera en una pantalla española y el acceso a la tecnología ha abaratado sus costos permitiendo una suerte de alud de creativos y productoras independientes que han logrado alimentar, por momentos a duras penas, el insaciable apetito de las parrillas programáticas de las más de mil estaciones locales que actualmente emiten en territorio español, (*). La ley en los últimos años también ha cedido terreno para nuevos participantes y los grandes grupos han visto un interesante mercado en la televisión local.
La tecnología en el mundo de las industrias culturales determina nuevos y continuos desafíos, en algunos casos tan grandes que el no adaptarse a ellos pueden involucrar el desaparecer de circulación, del dial o en este caso de la pantalla. La llegada de la TDT ha revolucionado el mundo de las comunicaciones, no sólo el de la televisión, sino también el de la radio, el de la prensa escrita, el de la publicidad y el de numerosos protagonistas ligados al mundo de las comunicaciones. Los medios tienden a converger y en lo que hoy es una banda de televisión, mañana podrá haber un diario electrónico, una radio local o un canal de televisión temático.
La televisión digital implica un cambio drástico para todos quienes producen televisión y por ende también afecta a los canales locales. En el caso español mucho más fuertemente, pues serán las propias estaciones locales quienes por iniciativa gubernamental servirán de “pioneros” en este proceso dificilísimo que determinó la transición del mundo analógico a la tan ansiada televisión digital.
Hoy sin embargo los resultados de la TDT dejan mucho que desear, la tan ansiada y comentada multiplexión se transformó en varios canales en negro y en off en la parrilla programática de la televisión aérea española. Negros que no son del todo malos, si la alternativa son pornos y avalanchas de canales “llame ya y le encendemos una velita para que su deseo se cumpla”. Habrá que seguir esperando y creyendo que la nueva Ley Audiovisual y especialmente la autoridad local legisle para tener una televisión digital con contenido, aún cuando tengamos que encender una velita para que ese deseo se cumpla.
*Este dato incluye a emisoras no oficiales, pues el último censo hecho por la Asociación para la Investigación de Medios de comunicación habla de 89 emisoras locales.
La naturaleza del producto audiovisual
Como decía Collins, “el concepto de producto audiovisual podría aplicarse a diferentes realidades: para el productor de programas, un programa individual; para la empresa de televisión, la parrilla de programación; e incluso el canal completo para el individuo que se suscribía a un canal de pago determinado” (Collins, Garnham y Locksley, 1988: 6). De primeras, como base para un posterior análisis más pormenorizado, se puede calificar al producto televisivo, al producto audiovisual en genérico, como un producto artístico obtenido en un marco industrial.
No obstante, sería prudente abordar su definición desde términos económicos para, posteriormente, analizar, si se quiere, aspectos más técnicos o creativos. En tal sentido, N. Gregory Mankiw, para estudiar los distintos tipos de bienes de la economía, afirma que es interesante agruparlos de acuerdo a dos características: su exclusividad y su rivalidad. En el primer caso, un bien sería exclusivo cuando es posible impedir que lo use una persona. En el segundo caso, un bien es rival cuando su uso por parte de una persona reduce su uso por parte de otra. De este modo, el autor divide los bienes en cuatro categorías: bienes privados, que son tanto excluibles como rivales; bienes públicos, que no son ni excluibles ni rivales; recursos comunes —también denominado como bien común—, que son rivales pero no excluibles; y bienes como monopolio natural, cuando son excluibles pero no rivales —también denominado bien colectivo o “de club”— (Mankiw, 2004: 139-140).
Históricamente, como bien han estudiado Giuseppe Richeri y Mónica Herrero, los productos televisivos, considerados como una mercancía que no es pagada directamente por quien la usa (Richeri, 1994: 76) fruto de una industria cultural considerada de flujo, se configuraron como bienes públicos debido a que la posibilidad de disfrute de un individuo no menoscaba la posibilidad de que otro lo usara y a que, puesto que los diversos sistemas televisivos se han desarrollado en base a licencias estatales y se han difundido mayoritariamente mediante ondas electromagnéticas, no tenían carácter exclusivo (Herrero, 2009).
Sin embargo, con la aparición de la televisión de pago en la década de los ochenta, el producto televisivo como bien público comienza a ser puesto en cuestión. Autores como Noam señalaron por aquel entonces que las nuevas tecnologías de distribución facilitaban que la televisión pasase a ser considerada como un bien privado, con un claro mercado de compradores y vendedores, y que su industria se situase más cerca de cualquier otra, desposeyéndola de sus características propias o singulares (Noam, 1991). En todo caso, en opinión de Mónica Herrero, “aunque la audiencia pague para disfrutar de un programa determinado, éste puede ser visto por todos aquellos que quieran pagar por él sin que esto suponga un gasto extra de producción” (Herrero, 2009: 10), sin menos cabo de su concepción como bien público. No obstante, ambos autores obvian que el concepto que mejor encaja para los productos televisivos servidos a través de la televisión de pago es el de bien colectivo pues el consumo está restringido a una clase de consumidores —los que se suscriben—, por tanto es excluible; pero todos los miembros de la clase suscrita pueden disfrutar del bien de manera igualitaria, por tanto es un bien no rival. Ya sea mediante cable o mediante satélite, la televisión de pago tal y como se ha concebido hasta la primera década del siglo XXI encaja conceptualmente con el anteriormente mencionado concepto de bien “de club”.
Del mismo modo sucede con las nuevas tecnologías nacidas al albor de Internet y de la movilidad en las telecomunicaciones pues la difusión de estos contenidos está determinada por la posibilidad de acceder a Internet y por la posesión de un soporte que permita dicho acceso (Ídem). Empero, la irremediable tendencia hacia la personalización que estos nuevos medios traen consigo obliga, de nuevo, a repensar el concepto de producto televisivo ya que se reducen las características de éste como bien colectivo. En la actualidad, se tiende a una mayor privatización del consumo y, por tanto, a una concepción del producto televisivo como bien privado. En dicho contexto, en el cual se tiende hacia pantallas más personales y reducidas, el usuario priva del disfrute a otros. En consecuencia, la creación de nichos y la segmentación del mercado, así como la creación de nuevas formas de consumo posiblemente harán que se desarrollen estrategias de difusión y exhibición similares a la de los productos cinematográficos, convirtiendo un producto que tradicionalmente pertenecía a una cultura de flujo en un producto de stock mediante la práctica de discriminar precios y tiempos en los que se ofrece un mismo producto a distintas audiencias en diversas ventanas de explotación (Doyle, 2003: 84-87).
Técnicamente, la imagen audiovisual es aquella que supone la integración en un soporte exclusivo de audio y vídeo. Y, en este aspecto, es importante señalar que, a pesar de que la teoría económica considere a la industria de producción audiovisual como una industria de transformación ligera, la fase de producción de cada producto televisivo es un proceso individual y único, aunque existan similitudes con otros productos televisivos o audiovisuales. Por tanto, en cada producto existe una labor de creatividad plural que lo despoja de cualquier tipificación en relación a otras industrias clasificadas por sus sistemas productivos o por las materias primas que usan. El producto televisivo es considerado como un prototipo.
También cada producto televisivo audiovisual tiene un elevado coste por unidad de producción, proceso único e individualizado, que, en términos económicos, supone la auténtica inversión del proyecto. En cierta manera, este coste se contrapone al de su reproducción, pues cada modelo se multiplica fácilmente y a un precio reducido en relación con el costo inicial de producción, que, si ya era relativamente económico con los soportes electrónicos, con las tecnologías digitales bien puede afirmarse que es muy cercano a cero.
Además, todo producto televisivo tiene como fin último su comercialización, proceso de vital importancia en la cadena de valor. No obstante, pese a estar dotado de una serie de características que hacen favorable su difusión y comercio, se pueden señalar dos aspectos que suponen ciertas limitaciones a la comercialización del mencionado producto. Por un lado, posee una limitación temporal: la pérdida de actualidad. En este sentido, el producto televisivo, por sus características físicas, posee un carácter duradero que tan sólo puede ser limitado, salvo excepciones, por una pérdida manifiesta de interés por parte del espectador, ya sea ésta motivada por razones temáticas, artísticas o simplemente comerciales. Por el otro lado, posee una limitación cultural: la cuestión idiomática. En tal sentido, las áreas linguísticas pueden condicionar los mercados de venta natural y poner freno a la expansión mundial del producto. Sin embargo, en la actualidad dichas limitaciones idiomáticas pueden ser salvadas con relativa facilidad mediante el doblaje o el subtitulado si fuera necesario. Ahora bien, salvo excepciones, no suele ser tan fácil superar la barrera cultural que hace que los productos televisivos, como bienes culturales que también son, pierdan interés para el público a medida que se alejan del origen.
BIBLIOGRAFÍA
Collins, Richard; Garnham, Nicholas; Locksley, Gareth (1988) The Economics of Television. The UK Case. London: Sage
Doyle, Gillian (2003) Understanding Media Economics. London: Sage
Herrero Subías, Mónica (2009) La economía del producto audiovisual en el mercado de la comunicación. En: Comunicación y sociedad, XXII, nº 1, páginas 7 a 31.
Mankiw, N. Gregory (2004) Principios de economía. 3ª edición. Madrid [etc.]: McGraw-Hill.
Noam, Eli (1991) Television in Europe. Oxford [etc.]: Oxford University Press
Richeri, Giuseppe (1994) La transición de la televisión. Barcelona: Bosch Comunicación