Lecturas: ‘Innovación en los medios. La ruta del cambio’

Pareceré idiota, pero una de las primeras cosas que quería hacer tras volver de Estrasburgo era… comprar  ‘Innovación en los medios. La ruta del cambio’. Está escrito por Francisco J. Pérez Latre y por Alfonso Sánchez Tabernero. Y está escrito muy bien.

De partida, las temáticas que trata me interesaban mucho. Por un lado, innovación y medios de comunicación. Por el otro, gestión, creatividad y liderazgo.

Como digo, el libro está bien escrito. Narra lo que, en el mundo de los medios, está sucediendo y busca no sólo identificar causas sino encontrar soluciones. El presente y el futuro de los medios es digital, global y emprendedor; por mucho que a algunos les cueste, es y será así. No hay más vuelta de hoja.

En la actual situación, el papel de la gestión empresarial, algo que me apasiona, es vital. Tanto desde el ámbito académico como desde el práctico, los problemas y los retos a los que hay que hacer frente son muchos.

Me quedo con varios capítulos o apartados. El primero de ellos es el que hace referencia a la necesidad de una revolución mental (Cap. 3, p. 103). Como señalan, “en el caso de la industria de los medios, una serie de retos han hecho patente la necesidad de una revolución mental. Algunos no son exclusivos de la industria, pero se hacen presentes en ella de modo especial”.

También recomiendo el capítulo 5 (p. 155 en adelante), el de innovar leyendo los cambios, del que destacaría los siete apartados que incluye: temas como la convergencia entre lo online y lo offline en la oficina, la resistencia al cambio, las redes sociales y la autocomplacencia son vitales en un entorno como el actual.

De forma más personal, los dos últimos capítulos, los que tratan los temas del liderazgo y el tarea del líder, me han gustado mucho. De nuevo, algunos de sus apartados tratan, de primera mano, lo que está sucediendo (o lo que no está sucediendo y debería estarlo) en la gran mayoría de empresas de la comunicación.

La educación en los tiempos del cólera

Hace algunos días estaba comiendo con algunas compañeras y salió el tema de la educación de sus hijos. La situación para los jóvenes en España, como todo el mundo sabe, no es nada halagüeña. Yo no tengo hijos, pero tengo opinión.

Una de ellas comentaba que su hijo, ya adolescente, estaba desorientado: ¿para qué estudiar si va a dar igual? ¿para qué elegir entre estudiar y no estudiar si el resultado es el mismo?

La situación es difícil porque… ¿¡qué carajo le vas a decir!? ¿Acaso no tiene razón? Entre otras cosas del día a día, esta semana, además, se ha sabido por la Encuesta de Población Activa que más de la mitad de los jóvenes españoles  —el 53,2 por cien, que se dice pronto— está en el paro. Datos asombrosos y escalofriante la respuesta de la sociedad. Nos debería dar vergüenza, pero ya ni siquiera nos indignamos. Nos debería dar miedo, pero ese miedo nos está paralizando en lugar de hacer que no paremos de hacer cosas.

Sin embargo, con todas las dificultades habidas y por haber, las oportunidades que se presenten en el futuro pasarán por una mejor educación y no por estudiar menos. Algunos piensan como yo y los datos les respaldan. Cuando en un país, al que le iba bien, la tasa de paro era del 8 por cien, algo no cuadraba entonces: el problema del paro es de regulación. Aunque las leyes no sean suficientes para resolverlo.

Pero estudiar, al menos como yo lo veo, no pasa por ir a la Universidad y sentarse en una silla a escuchar. No, por ahí no. Pasa por formarse —preferiblemente en lo que a uno le gusta; es algo determinante para tener éxito—, ir a la Universidad o no y, posteriormente, hacer, hacer y hacer. Sin dejar de formarse en el futuro.

Siempre digo que ir a la universidad es mejor que no ir, pero también creo que no debería ir todo el mundo. Antes de que se me tiren al cuello, diré que soy partidario de una Universidad pública, pero no una que acoja a todo aquel que quiera entrar. De forma resumida, siempre digo que quiero “una Universidad de todos, pero no para todos”. Algunos me argumentan que todo el mundo debería tener una educación universitaria y yo respondo que no, que debería tenerla todo el mundo que quiera y que se lo merezca. Hay muchas alternativas, pero las tocaré otro día que tengo ganas: hoy no escribí para eso.

Volviendo al tema, uno puede sentirse estafado: ha estudiado unos años y, cuando termina, no vale para nada. Es una forma de ver las cosas, pero no es la mía. No digo que no haya injusticias y que no haya que combatirlas, por favor: digo que la vida nunca ha sido fácil y la universidad no lo es todo. Luego hay que pelearlo. Y también digo que, para trabajar, no hace falta ir a la universidad: a la universidad no se va para encontrar trabajo.

Además, nos tachan de la generación más preparada de la Historia de España. Y es aquí cuando me descojono. Tengo amigos y compañeros de estudios que, por no saber, no saben ni escribir. Y es jodido. La falta de competitividad del español medio es bestial y, de alguna manera, tenemos complejos: cualquiera cambio que hagamos en la dirección correcta, es criticado de forma feroz diciendo que nos quitan nuestros derechos. Como si los derechos a uno se los regalaran y no hubiera que conquistarlos. En cierto modo, suscribo las palabras de este señor. Especialmente en el punto número cuatro.

Sé que el post no está quedando todo lo claro que me gustaría, pero es que la situación no es fácil de resumir.

Ahora estamos abajo, pero pronto estaremos arriba. Mucho más pronto de lo que algunos se creen. Lo que no quiere decir que volvamos al lugar en el que estuvimos. Saldremos reforzados, pero será otro escenario distinto. Y es por eso que la educación será vital: vamos a un mundo globalizado, sustentado en altas tecnologías, competitivo a nivel mundial, con muchísimas oportunidades para quien quiera aprovecharlas, pero con muchos problemas para quien quede descolgado. Prestar atención a los minutos [2.45 – 4.00], [4.30 – 5.20] y [12.30 – 13.30].