Un par de días atrás, Telefónica anunció una reorganización –¿un vuelco?— de su cúpula directiva y de su estructura como empresa. Uno de los mejores análisis que he leído ha sido este. Obviamente, hay muchos más: sólo hace falta poner términos como Telefónica y reorganización en Google para encontrarlos.
Coincido con Ángel Méndez en que se trata de una decisión, al menos, valiente. Se trata de ir por delante de los acontecimientos y no por detrás. Cualquiera que sepa algo de gestión, sabrá que no es la principal característica de una gran empresa —por tamaño, por historia— como Telefónica es.
Además, pudiendo parecer una tontería, encuentro varias similitudes y diferencias entre el futuro de Telefónica y el de muchos jóvenes españoles; yo me encuentro entre ellos, al igual que la inmensa mayoría de mis amigos y conocidos. Los españoles vivimos bien, no nos podemos quejar. Tenemos lo suficiente para ser conservadores, aunque las cosas no vayan todo lo bien que deberían ir… Supongo que, en términos generales, tenemos lo suficiente para no poder quejarnos pero no tanto como para sentirnos satisfechos.
Todo el mundo sabe que Telefónica no obtiene los mejores resultados de su historia actualmente en España. Principalmente, esto se debe a la fuerte competencia que el sector de las telecomunicaciones ha experimentado en las últimas décadas y, en menor medida, a la fuerte crisis económica que, siendo mundial, afecta de forma especial a nuestro país. Aún así, la situación no es lo suficientemente desesperada para que Telefónica se líe la manta a la cabeza y decida llevar a cabo tal reorganización de su estructura. Sin embargo, lo ha hecho.
Sucede algo similar —en las causas, no en los efectos— con mis conocidos en España. Muchos de ellos son titulados universitarios, otros no. Casi todos, por una cosa u otra, están jodidos y ven el futuro con cierta amargura. Aún así, no nos engañemos, la situación no es lo suficientemente desesperada para que se líen la manta a la cabeza —mucha crisis, muchas gaitas; pero se vive bien— y decidan tomar las riendas de su propia carrera profesional y, porque no decirlo, de su propia vida. Por ende, no lo hacen. Y la situación se alarga hasta términos infinitos.
Telefónica no ha abandonado España, sino que la enmarca dentro de una estructura mayor, la transnacional. No es que se marche porque allí no hay nada que hacer sino que, estando las cosas como están, la única forma de vivir —no de sobrevivir, esto se puede hacer de muchas maneras— es apostando estratégicamente por ser global. Más tarde se podrá discutir si verdaderamente se es o no se es sin estar en los mercados estadounidenses y asiáticos, pero la intención es esa.
En cambio, muchos jóvenes no se atreven a dar el paso. Sé que algunos pensarán que tengo una visión demasiado romántica de cómo deberían hacerse las cosas. Yo no lo creo así: toco tierra bastante a menudo, me encargo de hacerlo de forma consciente. Con esto no quiero decir que las cosas sean fáciles: es mucho más fácil decirlo que hacerlo, por supuesto. Sin embargo, Audentes fortuna iuvat, o eso dicen.
Aunque en un principio puedan parecer malas noticias, es lo mejor que le podía pasar a una generación como la mía, lo suficientemente preparada para hacer todo, lo suficientemente acomodada para no hacer nada.