Hace poco leí un tuit que me hizo mucha gracia. Venía a decir algo así como que una ardilla podría cruzar España de evento en evento para emprendedores sin tocar el suelo. Está de moda y… hace mucho daño. Entiendo que la situación en España es de ruina total y que las únicas salidas para muchos está en emprender. Lo cual es cierto.
Todo mi respeto para aquel que tiene un proyecto y lucha por sacarlo adelante. Aunque a mí ese proyecto no me interese en absoluto, sólo luchar por algo o alguien da respeto en esta vida. Esta última frase es letra de canción, pero ahora mismo no recuerdo de cuál.
Sin embargo, emprender no es un juego de niños. Hay quien se lo toma a broma: lo pagarán otros. Como siempre. Ahora, hasta dan subvenciones a emprendedores, algo que me parece totalmente contradictorio: ¿para qué cojones quiero yo una subvención administrativa si lo que tienen que hacer las Administraciones es echarse a un lado y dejar hacer?
Emprender no es fácil y, por mucho que te ayuden —nunca, nada, lo hace una sola persona— la sensación normal de alguien que lo intenta es una: estar solo. Y eso, amigo, no es divertido. Ni fácil. Aunque, repito, sean muchos los que te ayudan y estés rodeado de gente que te quiere.
A algunos de esos que se lo toman a broma les reconocerás porque practican el noble arte del canapé: están en todos los vinos españoles de esos eventos que comentaba, pero no van buscando desarrollar un proyecto sino que… van con un CV debajo del brazo o, peor, sin CV ni proyecto. Lo que hacen suelen denominarlo como networking, pero sólo es menear la perdiz porque… es lo que toca y está de moda. Tengo la teoría de que, en esta vida, si quieres conocer a alguien lo conoces, tanto en la vida profesional como en el ámbito personal: no hace falta irse de copas ni ser amigo de nadie. Si eres serio y responsable, vienen solos: la mala noticia es que hay que trabajar duro, la buena es que no hay muchos que trabajen.
En cuanto a los del canapé, yo no sé si les engañan o son ellos mismos los que se quieren engañar. Lo que sí que sé es que es triste. Muy triste.
Para emprender hay que tomar riesgos, ya sean estos quedarte sin blanca —mucho más habitual de lo que muchos piensan– o arriesgarte a que te partan la cara por atrevido.
Lo del dinero es casi lo de menos, de eso se recupera uno y no hay mal que por bien no venga. Pero lo que la gente no suele perdonar es que tengas una idea, un sueño o un simple proyecto y que tengas el valor de luchar por ello. Es entonces, y sólo entonces, cuando irán a por ti: si tienes un coche muy grande —más grande que el de tu vecino, quiero decir– aunque no te lo puedas permitir, no sólo te lo perdonan sino que te admiran; si eres falso e hipócrita inclusive con los tuyos, no sólo te lo perdonan sino que te admiran; si además de ser mediocre te vanaglorias de ello, no sólo te lo perdonan sino que te admiran. No se lo puedes achacar a nadie en concreto, pero lo sientes: están esperando a que te pegas el batacazo porque tener una idea, pensar de forma independiente, está mal visto. De nuevo, no es que sea algo insuperable, pero no es divertido.
Para emprender, para ser innovador, hay que ser extremadamente egoísta y, a la vez —algo curioso, por contradictorio—, extremadamente humilde. Egoísta y ambicioso para tomar conciencia de que lo puedes hacer; humilde y sincero para ejecutar el plan. Por motivos que no alcanzo a entender, a la gente no les gustan los cambios y activa un mecanismo de autodefensa. Llámalo como quieras, pero creo que eso lo que sucede.
Si me hubiese frenado con el primer no recibido, no habría hecho nada. Absolutamente nada. No deja de ser curioso contemplar ese proceso psicológico en el cual los mismos que te decían que no irías a ningún lado acaban alabando tu tenacidad y buen tino. No es que lo hagan adrede o con mala intención, simplemente es que no lo ven. No es mejor ni peor, a ti se te escaparán otras muchas cosas, pero ellos no suelen tener la visión que tú sí tienes sobre un hecho concreto. Si uno lo piensa, es bastante simple.
Pero es que, además, emprender es fracasar. Una y otra vez. Y esto sí que, definitivamente, no tiene nada de divertido. Dicen que el éxito tiene muchos padres, pero el fracaso uno solo. Por lo general, si eres lo suficientemente pringa’o –con un par de principios morales que tengas, lo eres— tú serás el fracasado. Sí, no mires a los lados: serás tú. Siempre pasa.
Cuando digo que no es divertido no es por las hostias que te pega la vida, no: al fin y al cabo, a eso le acabas pillando el gustillo y hasta pones la cara en la próxima ocasión. Pero lo que personalmente a mí más me afecta son las decepciones personales por miedo y por maldad. No las entiendo. A veces pienso que la inmensa mayoría de la gente es mala por miedo: presiones para no hacer cosas, pequeñas zancadillas de gente en la que tenías confianza, luchas de egos por asuntos nimios y gente que sucumbe al miedo… convirtiéndose en peor persona. Cuando uno intenta hacer cosas nuevas, innovar —sea lo que sea eso– este tipo de situaciones están a la orden del día. Y no, no son divertidas.
Creo que es por eso por lo que me tomo las cosas tan en serio, siendo duro con los que considero irresponsables y no toman con el suficiente respeto, de forma consciente o inconsciente, a los que de verdad lo están intentando.